sábado, 20 de abril de 2019

PREGON EN LONDRES VII

Hemos hablado hasta ahora de la espiritualidad de la Semana Santa y de su aportación humana. Su forma de entender la Pasión y Muerte de un Dios hecho Hombre para redimir nuestros pecados.
Hemos hablado de la diferencia con que el pueblo de Sevilla trata al Hombre que va sufriendo por su padre Dios, y la Mujer que va sufriendo por su Hijo.
Hemos hablado de la aportación humana de capataces y costaleros que hacen que las procesiones desfilen por las calles de Sevilla, con tanto cuidado y solemnidad como merecen las magníficas figuras que procesionan bajo su custodia y responsabilidad.
Solo nos queda hablar de lo material, como el paso y la cera, y de lo sonoro como el canto de la saeta. Así es como los ve el sacerdote que vino de Méjico y se  enamoró de Sevilla.

EL PASO DE PALIO

Si Sevilla abriera una cátedra de estética, la primera lección de su programa sería explicar un "Paso de Palio". Es un logro definitivo. Una fórmula conquistada, como el capitel corintio. O el soneto. El palio tiene de todo: de arquitectura y de poema, de plástica y de lírica. Un palio es un soneto realizado de plata y claveles. Soneto por la técnica, pero en el fondo es un madrigal de Sevilla para una mujer: para la Virgen.
Un madrigal de doce versos medidos y perfectos, que son sus doce varales de plata, pulidos y trabajados por el orfebre - con sus sílabas completas, con su medida y su canon - . Lo suficientemente recios para sostener el peo del palio y lo suficientemente gráciles para cimbrearse en el viento delgado de la noche. Doce versos que llevan la rima exacta de un color. Verde la dos Esperanzas, granate la Amargura, blanco la Paz.
El paso d palio está perfectamente pensado. Tiene una perspectiva única visto de frente. Es un sueño fugitivo cuando pasa de lado. Y es un recuerdo inolvidable por detrás. Cada palio, con tener la misma técnica, es distinto. Tiene su personalidad propia.
El palio de la Macarena es la caja de cristal de la Esperanza y por eso es blancura, es ilusión, es sonrisa y es alegría. Y el manto es verde como la esperanza, como el Guadalquivir.
El palio de la Amargura es granate, como la condensación y el poso de la pena y el dolor, como el color de los labios en la herida, como las ojeras de la Virgen.
El del Rosario es como un juego de campanillas de plata donde repican en sus varales los blancos rosario oscilantes. 
El de la Paz es un aleteo blanco entre la malla grácil de sus bambalinas, y pasa como si no pesara, como si lo llevaran n volandas palomas invisibles.
El de la Concepción es grave y pesado con la solidez inmutable de sus cresterías de plata como una definición cuadrada del Silencio a que pertenece y le precede.
El de Loreto es de oro; oro en sus varales, en su candelería, en sus jarras. Y cuando pasa de noche por la estrecha calle de Placentines, parece que va a pegar fuego de oro a los  balcones.
El de la Merced es una brazada inmensa de cardos dorados y góticos bordados de azul, entre los que llora - azucena y cardos - la Virgen.
Cada palio es distinto, porque cada Virgen es distinta.

¡Si yo pudiera, Señora,
ser también paso de palio!
De mis dos brazos te haría
los varales torneados.
De mi ojos, luz de cirio.
Jarras de plata, mis manos.
Con el oro de mis versos
- todo un poema- , tu manto.
Mi juventud volandera,
flecos y borlas de tu palio.
Y con mi sangre, brazadas
de claveles encarnados.
De mis pie, los costaleros
silenciosos allá abajo.
Y mi corazón delante
como capataz de paso. 
El alma..., esa la pondría
- pañuelo blanco - en tus manos
porque enjugaran tus lágrimas
y yo bebiera tu llanto...
¡Si yo pudiera, Señora,
ser también paso de palio!

LA CERA

La luz de una paso de palio no es en Sevilla problema de escenografía, sino de devoción y piedad. Para alumbrar un paso de palio, Norteamérica hubiera puesto una instalación de luz neón y tendría la teatralidad de un escenario con baterías y reflectores. Sevilla, en cambio, usa cera, solo cera y tiene el paso la unción sagrada de una liturgia ambulante. La Iglesia, a duras penas tolera para alumbrar al  Santísimo, la luz eléctrica. Lo mismo siente Sevilla y antes dejaría sus Vírgenes en sus templos, que sacarlas a la calle entre reflectores.
La Virgen va en el centro del paso. Y delante de Ella, la candelaria de plata de los cirio, escalonados en filas armoniosa, desde el cirio que llega a la altura de las manos de la Virgen, hasta el último, el más pequeño, en la fila inferior a la altura de los claveles.
Arriba llora la Virgen y abajo lloran los cirios. Lágrimas de cristal y lágrimas de cera. Y me parece entonces el símbolo exacto de la piedad sevillana. Aquellos cirios son las almas de los cofrade, que se han puesto a los píes de la Virgen, para hacerle compañía en su dolor y su llanto. ¡Cirios de Sevilla!

El cirio negro soy yo,
que va delante y que llora,
 tengo cera negra y no
puedo ir contigo, Señora
 Contigo la cera fiel:
nardos de nieve en varales,
entre blancos recentales
te ofende mi negra piel.
Abeja de mis pecados 
con aguijones de hiel,
me dieron por negros prados
su cera negra sin miel...
Pero soy luz, la encendí,
me va quemando, Señora;
y con su llama devora
mi vida negra ante Tí.
Gota a gota se liquida
mi cirio por el sendero
deja en él mi negra vida
que la pise el mundo entero
Por cada gota que muera
pisada en la procesión
¡dame una blanca de cera
para el cirio en primavera
de mi transfiguración!

LA SAETA

Qué bien la definió el labio anónimo que la llamó "saeta". Tiene una punta aguda y acerada que es ese ¡ay! inicial que sirve de preludio a la letra. Ese ¡ay! puntiagudo y lloroso que va afilando y afilando la voz en la fragua ardiente de la garganta. Después del ¡ay!, después de esa punta al rojo vivo, viene el cuerpo de la saeta.
La saeta es la música de gemido. Es el gregoriano de Sevilla florido y meridional, no para catacumbas, si para el aire libre que creó para si la liturgia sevillana de la Semana Mayor.
Yo las divido en saetas de día, saetas de noche y saetas de amanecer.
Yo  no se cuando acaba la saeta que viene desde arriba, desde un balcón. Me despierta del éxtasis un plauso y un ¡olé! clamoroso. Abro los ojos y en el aire negro no hay nada. Miro a la Virgen y no sé qué tengo en lo ojos. Es como si me hubiera quedado en ellos una gota de luz de la saeta.


La Reina de la hermosura
está en San Juan de la  Palma
No existe más amargura
ni caben dentro del alma.

Y aquí termina la Semana Santa. Ya hoy es Sábado de Gloria y mañana Domingo de Resurrección.