viernes, 20 de abril de 2012

ANGELES BARRERA

Ángeles Barrera era una joven viuda de 24 años, que en una corta vida matrimonial había perdido a su marido y su primer hijo, cuando entró al servicio de una tía de mi abuela Guadalupe, con la que  mi abuela vivía desde la temprana muerte de sus padres. Vivían en Carmona y entró al servicio recomendada por una costurera local que estaba preparando el traje nupcial de mi abuela ante la eminente boda con mi abuelo Marcos. El abuelo Marcos, oriundo de Zalamea la Real, era Administrador General del Conde de Campo Rey y visitaba frecuentemente Carmona, en cuyo término municipal tenía el Conde una finca. En Carmona se conocieron, se casaron y se vinieron a vivir a Sevilla en la calle San Vicente. En 1904 nacía mi madre y tres años más tarde, al morir la tía de mi abuela en Carmona, Ángeles se vino a casa de mis abuelos. que entoces se mudaron al chalet en el barrio de El Porvenir.
Creo que allí, el instinto maternal, trucado por la temprana y todavía reciente muerte de su hijo, le hizo volcarse con cariño hacia mi madre, que era la mayor, seguida de las mellizas Carmen e Isabel y el hermano menor, Marcos. Hasta su muerte a los 88 años en 1971, mi madre fue "La Niña" para ella. La niña se casó con mi padre en 1931 y fijaron su residencia en Higuera, donde estaba la fábrica de aguardiente de mi padre y su hermano Francisco. Mi abuelo Marcos le pidió a Ángeles el favor de venirse temporalmente con mi madre a ayudarle a organizar la casa. Ángeles aceptó gustosa y así lo hizo, convirtiendo aquella temporal ayuda en ayuda por toda su vida. Un total de 64 años al servicio de la misma familia.

En Higuera se convirtió en cocinera, niñera, tata, gobernanta, ama de llaves, mano derecha de mi madre, jefa del servicio doméstico y persona de confianza imprescindible para todo. No salía nunca, solo a la Misa temprana de los domingos y alguna vez a la tienda de Ramirez por alguna compra de emergencia. Alguna gente del pueblo pensaban que era la madre de mi madre y nosotros la queríamos como una abuela. De pequeños, nos bañaba, nos vestía, nos daba de comer y nos dormía. De mayores nos preparaba las ropas, nos reñía y ocultaba todas las diabluras y travesuras posibles, para que no se enterara mi padre, que siempre para ella era "El Señor", mientras mi madre seguía siendo "La Niña". A mi me tenía especial cariño, al ser el primero quizás le pasó como con mi madre; el recuerdo del hijo perdido. Mis hermanos sentían por eso una sana envidia y cariñosamente se burlaban de ella por la preferencias hacía "su niño". Tengo que reconocer que yo le correspondía con mi cariño y afecto y nunca olvidaré cuando me dijo que un reloj de oro que tenía, recuerdo de tiempos mejores o regalo de boda (nunca le pregunté) lo guardaba como regalo a mi mujer cuando me casara. Por dos veces y por dos novias distintas, le pedí que anticipara el regalo. Inteligente, cautelosa o quizás porque me conocía, siempre se negó con la excusa de "Cuando te cases". Y lo cumplió. La primera vez que mi mujer vino de Inglaterra a Sevilla y sin que nadie se lo recordara, la hizo volver con el reloj, que desde entonces guarda con mucho cariño. Tuvo ocasión de conocer a cinco generaciones de la misma familia, desde la tía de mi abuela hasta mi hijo y la hija de mi hermano Marcos.
A la muerte de mi padre en 1963, yo estaba ya en el Reino Unido, mi madre volvió a Sevilla y Ángeles con ella. Allí pasó los últimos ocho años de su vida y murió en 1971, como siempre había vivido. Callada, leal y sin molestar, después de una corta enfermedad y 88 años dedicados a los demás y a una familia, que si no era de sangre, si fue de cariño y afecto.
El Decreto 385/1959 de 17 de marzo creó el Montepío Nacional del Servicio Doméstico que más tarde, el Decreto 2346/1969 de 25 de septiembre, pasó al Régimen Especial de la Seguridad Social del Servicio Doméstico. Era obligatorio llevar un libro de registro de las empleadas, que curiosamente, no existía todavía el feminismo, se llamaba Libro del Amo de Casa. Mi padre inscribió a Ángeles y las otras dos mujeres que trabajaban en casa, que empezaron a cotizar desde el primer día. Todavía hay algunas, ya con bastante edad, que me ha recordado que gracias a eso, disfrutan ahora de una pensión, no muy grande, pero que les ayuda  a poder disfrutar de su jubilación algo mejor.  En 1961 el Montepío concedió a Ángeles la medalla que pueden ver a continuación.

Sirva esto como un pequeño homenaje a esa mujer humilde, trabajadora y cariñosa que dedicó sus 88 años de vida al servicio del prójimo, en casa de sus padres y con su marido en la primera parte de su vida y con mi familia el resto hasta su muerte. Tanto mis hermanos, como mi mujer y yo  recordaremos siempre la entrañable mujer que siempre estuvo con nosotros.