miércoles, 10 de marzo de 2010

MEMORIA E HISTORIA IV



Mi nieto Rafael (Rafael Girón IV, el primero fue mi padre) se sometió la semana pasada a una pequeña intervención quirúrgica en la lengua en el hospital de Río Tinto. Cuando el cirujano le visitó antes de la operación e intentó hacerse amigo para facilitar la intervención, el niño, seis años, le contestó que ya le conocía y que sabia que también se llamaba Rafael. El cirujano con la natural sorpresa le preguntó como lo sabía a lo que el niño le contestó que ya eran amigos porque hacía dos años que le había operado de amígdalas y que se acordaba porque él tenía memoria de elefante.
Por otro lado hay quienes tienen memoria de mosquito, otros que no quieren recordar y otros que recuerdan solo lo que les conviene. Por otro lado, es cierto que con la edad se pierde la memoria, unos más y otros menos. Pero hay cosas que como una operación de amígdalas a los cuatro años, quizás no se olvide nunca. Yo mismo, que tengo 77 años y 363 días, voy perdiendo algo de memoria y por eso uso la agenda para apuntar fechas, eventos y celebraciones y algunas veces se me olvida la película que vi anoche en televisión. Pero hay cosas que pasaron hace muchos años y las tenemos claras y vivas como una foto permanente ante nuestros ojos.
Por eso recuerdo perfectamente, que cuando yo tenía cuatro años, en julio de 1936, una pandilla de rojos se llevaron a mi padre prisionero y nos dejaron sin saber si lo volveríamos a ver. Recuerdo la calle llena de milicianos en dos filas, armados de fusiles y escopetas de caza y casi todos con monos azules, y los prisioneros enmedio. Recuerdo como en los primeros días de agosto dejaron venir a mi padre y a mi tío Francisco a casa, para poder ver a su madre que estaba agonizando. Recuerdo a dos milicianos con fusiles haciendo guardia detrás de la puerta de la calle, para que no se escaparan. Recuerdo el entierro de mi abuela, sin sacerdote y precedido por una bandera republicana. Y recuerdo el 15 de agosto oír muchos tiros y a mi padre, felizmente liberado llegar a casa con la camisa manchada de la sangre, innecesariamente derramada, de su amigo y compañero de cautiverio Antonio Ramirez.
Pero recuerdo todo eso sin acritud, sin odio, sin deseos de revancha, comprendiendo que una guerra civil es demasiado terrible y solo deseando que no vuelva a pasar. Pero viene Zapatero, que no vivió esos días, hace caso omiso de la Transición, quiere desempolvar los recuerdos, cambiar la verdad, remover los errores y se saca de la manga la Ley de la Memoria Histórica.
Leo la noticia de que la Junta de Andalucia ha concedido la irrisoria cantidad de 1,800 euros a las mujeres represariadas por el franquismo y me pregunto: ¿Es eso necesario? ¿Hay que recordar a ancianas de ochenta años lo que tuvieron que sufrir? Pues si así se considera, vamos también a recordar y compensar a las que fueron torturadas, violadas y ultrajadas por los rojos. Claro que de estas deben quedar menos, porque después las asesinaban.