martes, 16 de abril de 2019

PREGÓN EN LONDRES II

El Padre Cué, prologa su libro "Como Llora Sevilla" con párrafos de agradecimiento a sus cinco jóvenes profesores de sevillanismo:

No soy sevillano.Nací en México. Pero Dios dispuso que en este trozo transfigurado del camino de mi vida en que me encontré con Sevilla y su Semana Santa, me aguardarais vosotros, los cinco, para llevarme de la mano y enseñarme a comprender el llanto de Sevilla.
Habéis sido sido mis catedráticos de sevillanismo. Vosotros que sois discípulos conmigo en las aulas universitaria.
La juventud precisamente, que dicen saben poco de llanto.
Con estos cinco graduados maestros de sevillanismo, vi la Semana Santa. Me entregué en sus manos dócil e hicieron de mi lo que quisieron. Y por eso, este libro lo han hecho ellos también.

 TEOLOGÍA SEVILLANA 
Si Sevilla escribe en sus "pasos" de palio un capítulo de estética; en la diferencia con que trata a sus Cristos y a sus Vírgenes, da públicamente todos los años una clase magna de teología católica. Sevilla sabe teología sin saberlo. La intuye y la adivina; y de la misma manera que un teólogo distribuye, cuenta y pesa sus argumentos, sus textos de escritura, sus congruencia de razón, así ella también, teológicamente, distribuye los claveles, los cirios, la música y los colores.
No pone claveles rojos a los Cristos y blancos a las Vírgenes por  sentido estético, no; lo hace además por una razón teológica.
En la Semana Santa de Sevilla hay que notar la diferencia constante, de estudiada y consciente postura rígida, con que trata a los Cristos y a las Vírgenes.
Lo tiene todo clasificado: colores, luces,sonidos.
El Cristo irá siempre delante, el primero en el dolor y la ejemplaridad; La Virgen vendrá siempre detrás, llorando por Él. El delante, ganando la gracia con su sangre y su mérito de Dios. Ella detrás distribuyendo esa gracia con sus manos de Mediadora Universal.
Delante el Cristo, en la oscuridad; sin más luz que cuatro hachones oscilantes o cuatro candelabros, uno a cada extremo del "paso". Pero las velas de los candelabros van defendidas por un guardabrisas de cristal que hace a la luz más indecisa y mortecina; y los brazos del candelabro no son rígidos, sino de un ligero metal vibrátil que le da a la luz más misterio y temblor. Parecen caricias triste de luna que s filtran entre los olivos en la oración de huerto, parecen temblores lejanos de relámpagos sobre los Cristos agonizantes, parecen ráfagas rojizas de las linternas de Judas en el prendimiento. Los Crucificados y los Nazarenos llevan poca luz. No les quiere dar más luz Sevilla.
Y van con sus túnicas lisas, sin bordados.
Y solo llevan claveles rojos, que si tienen el encanto de ser flores, junto a un Cristo tienen también la evocación amarga de la angre viva. Un gran ramo de claveles rojos a los pies de la Cruz, como un charco de sangre. Todo el suelo del "paso" del Nazareno sembrado de claveles rojos, como sus huellas doloridas descalzas.
Y no hay más ornato para Cristo. Sevilla, con supremo sentido, no les da música; ni siquiera una marcha fúnebre. Lo más un redoble seco y monótono que tiene eco de soldados romanos hacia el Calvario o resonancias desgarradora de martillazos sobre manos de carne.
 Sevilla no le da más.
Que vaya así el Cristo. Que así lo quiso el Padre y así lo quiso ÉL. Es la víctima. Lleva sobre Sí los pecados de todos. Se nubla el sol de la Divinidad y queda en las tiniebla de la noche del abandono la Humanidad Paciente. Así lo lleva Sevilla. En silencio. Respetando su dolor, pero sin atenuarlo ni disminuirlo. El misterio de la Cruz. A la interperíe, sin palio. Como estuvo en el Huerto y en la Cruz. 
Es el hombre. Al hombre se le deja sufrir virilmente. Al hombre cuando se le va a dar el pésame o a consolarle, se le coge la mano, se le aprieta y se le dice secamente ¡Valor!.
Al hombre, si, pero a la mujer, no.
Ahí viene detrás la Virgen. Y a Ella hay que consolarla por ser mujer. Sevilla tiene el culto de la feminidad; la mujer en Sevilla sabe que es la reina y todo lo domina. Y ese culto se lo ofrece Sevilla a la más bella y más santa de la mujeres. A la que es bendita entre todas ellas. Pero además de mujer,  es madre. Y entonces Sevilla no sabe qué hacer con Ella para consolarla.
Tiene que ir con su Hijo, dolorosa, transida. Bueno, que vaya. Pero ya se encargará Sevilla de arreglarla. Y la ciudad del arte concentra entonces su sentido estético, su amor a la mujer, su adoración a la madre, su fe, su piedad y su locura por María y crea esa maravilla que es el  "paso" de palio. Para consolarla, para que no llore.
Que traigan claveles, pero solo blancos, con recuerdo de Anunciación. Que traigan cirios, muchos cirios y que se los pongan todos delante para alumbrarla, pero para que el relejo no le deje ver al Hijo que va muerto delante. Que traigan plata y le hagan un palio bordado para que no vea llorar las estrellas. Que traigan joyas y se las prendan al pecho.
Y si la Virgen se empeña en llevar su puñal de Dolorosa, que se lo traigan, pero que sea de oro y cuajado de piedras. Y detrás que venga la música y que toque siempre para que no oiga el redoble seco que acompaña al Hijo. Que toque una música suave y arrulladora como el olvido. Y que vengan todos lo sevillanos y le canten, y le recen, y le aplaudan, y le digan los más finos piropos.
Por eso, porque es una mujer que llora y hay que consolarla.
Porque es una  Madre y hay que mimarla.
Porque es la Virgen y hay que adorarla.