martes, 19 de abril de 2011

DIANA SPENCER PRINCESA DE GALES




Anoche me acosté un poco más tarde de la hora acostumbrada. Aprendí de Fraga en Londres, que a las doce de la noche, es decir a las oo.oo horas, empieza el día y hay que empezar descansando del trabajo de un día, para cobrar fuerza para el trabajo del siguiente. No es que ahora tenga la necesidad de trabajar, pero la costumbre es la costumbre y suelo acostarme a las doce. Menos anoche, que esperé hasta la una para ver la película "El asesinato de la Princesa Diana", que la Primera de Televisión Española, tuvo el mal gusto de transmitir. Y digo el mal gusto porque siempre he creído en dejar en paz a los muertos, sean quienes sean. Me da igual Periquito que Menganito, Franco que la Pasionaria, Manolete que Ava Gadner o Felipe II que Henry VIII. Una cosa es remover el pasado, bueno o malo y otra cosa muy diferente el recordar su memoria, de la que yo siempre he preferido lo bueno, para olvidar lo malo.


La película de anoche la seguí con curiosidad paro no me gustó el remover otra vez la trágica muerte de la "Princesa del Pueblo", que tuvo la desgracia de pasar de un cuento de hadas a una joven amargada y triste, presa de la dura e intransigente monarquía británica. La película me dio la impresión que fue financiada y promovida por el padre de Dodi, Al-Fayed el millonario egipcio dueño de los legendarios almacenes Harrods de Londres, que hizo todo lo posible por esclarecer las circunstancias del trágico accidente que acabó con la vida de su hijo y su pareja. ¿Se sabrá algún día la verdad.? Nunca se sabe. Seguramente será como la verdad de el Señor X de los Gal, los instigadores del 11-M o aquél famoso Finado Fernández, del "que nuca más se supo".


Yo guardo muy buenos recuerdos de las pocas veces que pude ver de cerca a la Princesa Diana.


En camino hacia la oficina en la Torre del New Covent Garden, cortaba algunas veces, desde Earls Court Road hasta el puente de Wauxall, para cruzar el río y evitar el tráfico de Chelsea Enbankment, por unas calles laterales de menos tráfico. Una mañana vi a un nutrido grupo de paparazzis a la puerta de un edificio de apartamentos llamado Coleherne Court. Pensé que alguien importante vivía allí. Más tarde, leyendo The Daily Telegrafh, me entero de la noticia oficial del compromiso del Príncipe Carlos con Diana Frances Spencer, con todo detalles y hasta la dirección donde ella vivía con su hermana. Aquella mañana había pasado por su puerta, donde a partir de ese día, pude ver a una masa de periodistas y fotógrafos y muchas veces, a una chica rubia intentando eludir el acoso mediático hasta llegar a su Mini color burdeos aparcado cercano a la puerta. Pensé entonces sobre lo que le esperaba a aquella guapa y tímida mujer para el resto de su vida. Nunca pensé que fuera a ser tan intensa y corta.


La última vez que la vi de cerca fue en Windsor Great Park, donde el domingo anterior a la boda se celebraba una competición de polo en la que intervenía un equipo de Jerez. Fuimos a verlo con un matrimonio amigo y nuestro hijos y nos hicimos notar de tal manera animando al equipo de Jerez, que hasta el comentador del partido mencionó al grupo de fans españoles por los micrófonos. El equipo del Príncipe Carlos ganó la competición, of course, y me llamó la atención, cuando este fue a recoger el trofeo de manos de la Reina, cómo primero le hacía la reverencia a la Soberana y luego le daba un beso en la mejilla a la madre. Vamos, el mismo protocolo que nuestra ministras de cuota ante nuestros Reyes de España. También Diana estaba entregando los trofeos, bellísima, radiante y feliz, como la enamorada que espera ansiosa e ilusionada el día de su casamiento. Cuando volvíamos al aparcamiento tuvimos que apartarnos para dejar pasar al Aston Martin deportivo del Príncipe Carlos conduciendo con Diana a su lado. Como llevábamos dos banderas españolas, nos reconocieron y nos dedicaron un saludo y una sonrisa.


Después vino toda la pomposidad de la boda, el comienzo del viaje de bodas desde Gibraltar, que motivó la ausencia de nuestros Reyes en la boda, la vuelta a la vida real y Real y todo lo que vino después, sobre lo que se ha escrito demasiado. Para colmo, la película de anoche, que ha tenido el mal gusto de recodar la tragedia sin resolver, precisamente dos semanas antes de la boda del hijo mayor de Diana. Para empañar con el recuerdo la felicidad de la joven pareja o quizás con la intención de avisar a la novia de lo que le espera dentro de ese cerrado e impenetrable círculo de la Familia Real Británica. Espero, y eso dicen, que la muerte de Diana sirvió para que ese círculo se abriera un poco a la realidad de una Monarquía joven y moderna.