jueves, 7 de julio de 2016

BETTING OFFICE

No es, ni mucho menos, la Oficina del Betis con faltas de ortografía. Se trata de la Oficinas de Apuesta, que proliferan en todas la localidades del Reino Unido y en sus territorios y colonias, incluyendo Gibraltar. ¿No ha recibido usted nunca un correo, como notificaciones, promociones o spam, con el nombre de William Hill?. Pues William Hill (Guillermo Colina) es una, quizá la mayor, Betting Office del Reino Unido, que desde que se instaló en la Colonia, hacen propaganda en internet, periódicos, radio y televisión, para captar a clientes españoles, que se dejen allí los euros, apostando por todo lo apostable.
Por muchos años, los "Bookmaker", se instalaban en hipódromos, recintos de carreras de galgos y campos de fútbol. hasta que en 1960 el  "Gaming Act", relajó el extricto control que las autoridades mantenían sobre las apuestas. Fue el año del comienzo del movimiento hippie y la segunda ola del feminismo. Me supongo que el Gobierno de turno, fuera el que fuera, vio la posibilidad de sacar un buen dinero en impuestos. Así comenzaron a proliferar las oficinas de apuestas desde donde se podían presenciar las carreras en circuitos directo de televisión, los bingos, las quinielas de fútbol, las loterías, (primitiva, euromillon, rascas etc...) y las apuestas por cualquier cosa, desde reultados de las elecciones (rotundo error  la del referéndum del Brexit), hasta el sexo de los hijos de madres de la Casa Real o simplemente famosas. 
Nunca fui aficionado a las apuestas y solo intervenía con una libra a la porra anual que hacían mis compañeros de oficina para la famosa carrera conocida como el Gran Nacional. Aquellas de increíbles saltos, en las que participada el Duque de Albuquerque, que le costó varias caídas y ninguna victoria. Lo importante era participar, decía el Duque después de cada caída y algún hueso roto. Pero si tuve algunos amigos españoles enganchados. Especialmente recuerdo uno, con un buen trabajo en hostelería, casado y con dos hijas, que llegó a tal situación económica, que decidió quitarse la vida. Lo intentó dos veces sin resultado y lo consiguió a la tercera. Triste final de una familia muy amiga.
Yo siempre me evadía de las apuestas con una buena excusa: "mi abuelo siempre me decía que discutiera pero no apostara". Causaba mucho respeto el que siguiera los consejos de mi abuelo, pero era una mentira piadosa, es decir, de esas que no hacen daño a nadie. Mi abuelo Francisco Girón, el fabricante de aguardiente, murió cuando mi padre todavía estaba en el colegio y mi abuelo Marcos Mantero, el administrador del Conde de Campo Rey, murió el día de Reyes de 1936, librándose de la Guerra Civil, cuando yo solo tenía cuatro años. No recuerdo nada de lo que me dijera, pero estoy seguro de que no me dijo nada de eso.
Cuando a partir del Act de 1960, se abrieron grandes Casinos en el Reino Unido y yo empecé a trabajar en una oficina de importación de fruta, trabajaba para ayudarme, los sábados por la noche hasta la mañana del domingo, al cargo del restaurante de un Casino cercano a mi casa. El dueño era francés y tenía otro Casino en Perpignan que regentaba su mujer. En aquellos tiempos, ante la prohibición de Casinos en España, los españoles de Cataluña iban a jugar allí, los de Andalucía Occidental a Monte Gordo, y los más adinerados iban a Estoril o Montecarlo. El francés, con mucha vista, deseaba la muerte a Franco, no porque fuera rojo, que no lo era, sino porque sabía que después de Franco, se autorizarían los Casinos en España y presagiaba tan buen negocio, que pensaba vender el del Reino Unido y el de Francia y abrir uno en España. No se si llegó a hacerlo, pero el Casino cerró algo después de que yo dejara el trabajo y el edificio que han visto arriba se convirtió en el famoso Hotel Fawlty Towers, de la serie televisiva británica que se dió en España con el famoso camarero medio estúpido, que en versión española era italiano, pero en la original era español y de nombre Manuel de Barcelona. Ese que ven ahora y que posiblemente recuerde usted. Yo le recuerdo cariñosamente, porque tuve ocasiones de trabajar con algunos "manueles". Y no siempre de Barcelona.