viernes, 13 de octubre de 2017

FIESTA NACIONAL

Esta mañana mi hijo y yo hemos disfrutado, sin perder detalle, de la retransmisión del Desfile de la Fuerzas Armadas con motivo del la Fiesta Nacional, antes Día de la Raza, anteriormente Día de la Hispanidad y, en Estados Unidos Columbus Day. Nos hemos perdido la Misa en nuestra Parroquia y espero que la Patrona de todos los españoles no nos lo tenga en cuenta. El patriotismo no está, ni mucho menos, contrario a la religión y en días tumultuosos como los que estamos viviendo por culpa de unos antipatriotas, que aunque no quieran, son españoles y nunca han sido ni serán otra cosa, nos sentimos más españoles que nunca.
En la sobremesa, sin café, sin coñac y sin puros, ya que ninguno de los dos fumamos, solo tomamos café en el desayuno y no solemos beber coñac, si acaso brandy de Jerez y no muy frecuentemente, he contado, con la intención de educar a mi nieto, algunas de mis experiencias en el Servicio Militar, que mi hijo, nacido en el Reino Unido, nunca hizo, porque cuando vino a vivir a España, ya no era obligatorio.
Lo hice voluntario en el Ejército del Aire que tenía su base en Tablada, muy cerca de El Porvenir, donde vivía mi abuela materna, con la sana intención de poder pernoctar fuera del Cuartel. Allí recibí mi baptismo de vuelo. A los pocos días me encontré con un joven piloto, que había sido compañero de colegio, que me hizo que me cuadrara " a sus órdenes" y me "ordenó" que me subiera en una de aquellas avionetas Fiat de doble alas y dos asientos para acompañarle en su diario vuelo de práctica. Durante media hora sobrevolamos Sevilla, Dos Hermanas, San Juan y Camas y antes de aterrizar, me obsequió con unas piruetas que me pusieron los pelos de punta. Me convencí d que el volar no era cosa exclusiva de las aves. Las máquinas fabricadas por el hombre también podían volar. Lo anticipó con sus dibujos Leonardo Da Vinci y lo describió Julio Vernes en su novela. 
No volví a disfrutar de otro paseo aéreo, porque unos días después de la Jura de Bandera me reclamaron a la oficina central de Meteorología, que estaba en la Plaza de España y no volvimos a coincidir en Tablada. El entonces Teniente Coronel Jefe de la Región Meteorológica del Estrecho, era mi tío, primo hermano de mi madre,  José María Mantero Sánchez. En la familia, llamábamos su Departamento con el cariñoso nombre de "Manterología". Pues allí hice un curso y, como me gustaba el tema y también estar en Sevilla, me destinó al Aeropuerto de San Pablo a elevar globos para medir la dirección del viento, rellenar mapas con datos recibidos de toda España, diseñar rutas para los pocos aviones que al comienzo de los años cincuentas pasaban por el aeropuerto y dar el parte a la radio y los periódicos. Eran jornadas de ocho horas, mañana, tarde o noche, bastante fácil y entretenido y con tiempo suficiente para practicar inglés con los controladores del poco tráfico aéreo.
De aquel poco más de un años que pasé allí tengo muy buenos recuerdos. El primero, la amistad de Ismael Martin, paisano de Higuera, que había sido soldado como yo y había quedado como informador de meteorología civil. Profesión que ejerció hasta su jubilación y del que aprendí mucho, hasta el punto de que me manejaba sin problema, las pocas veces que me dejaban solo. Nunca olvidaré una vez que vine de Londres a Sevilla, allá por los años setenta, cuando ya había mucho más tráfico, pero todavía no existían los "fingers" y había que caminar del avión al terminal. Ismael me vio desde la torre de control y bajó a darme un abrazo de bienvenida.
En aquel aeropuerto tuve mi segunda prueba en el aire. Había dos hangares para aviones militares donde se guardaban prototipos de prueba de CASA e Hispano Aviación y en aquella época estaban de pruebas el primer caza a reacción de fabricación española, el Saeta, también conocido como el Triana, y un pequeño helicóptero de dos plazas. Parecía de juguete. Era una estructura de barras de hierro, para soportar el motor, las hélices de propulsión y la de cola, con los dos asientos y los mandos cubiertos por una mampara de plástico. El primer piloto de pruebas era un capitán, de nombre Valiente, que no se si era su apellido de verdad o le llamaban así por la valentía que demostraba en las pruebas que realizaba con el Saeta. Un buen día apareció por la torre de mando buscando un soldado para que le acompañara en el primer vuelo del helicóptero con el peso de dos personas. Resulto que yo era el único conejillo de india disponible y poco después me encontré sentado en la máquina y amarrado convenientemente al asiento. Aquello lo mismo volaba de frente que de lado, para arriba o para abajo, entraba dentro del hangar, se posaba encima de las escaleras de embarque o se quedaba parado en el aire. Sobreviví.
El tercer vuelo, unos años más tarde, fue en Aviaco y desde Sevilla a Lisboa. En un pequeño avión con cuatro motores de hélice con dos tripulantes y un máximo de catorce pasajeros, que volaba a tan poca altura, que pasamos por mi pueblo y pude reconocer sin duda alguna, los tres coches que estaban aparcados en las calles. Después ha habido muchos más vuelos, hasta uno de más de catorce horas. Estoy convencido de que es un sistema de transporte más seguro que el de un coche y creo que las estadísticas me dan la razón.
Terminada la sobremesa, me fuí al sillón de siempre, conecté el televisor para ver las noticias del canal 24 horas y me encontré con la triste noticia del accidente de un eurofighter y el fallecimiento de un joven piloto que regresaba a su base después de haber participado en el desfile aéreo. Trágico final en un día tan señalado como es la Fiesta Nacional. Que Dios le de el descanso eterno, consuele a su familia y se le recuerde como aquellos que dan su vida por la Patria en actos de servicio.