Como tanto usted como yo, y un gran porcentaje de españoles, estamos bien "jartos" de la situación política, que según los izquierdosos es culpa de Rajoy, creo que es mejor no decir más de lo mismo y esperar que las aguas lleguen a su cauce o se desborden, que todo puede pasar.
El antológico Recuadro de Antonio Burgos, que ABC de Sevilla ha publicado, mientras él disfruta de merecido descanso mirando a Doñana, me ha traído a la memoria al torero más grande que tuve ocasión de conocer personalmente. Nada menos que Juan Belmonte, el "Pasmo de Triana", aunque no había nacido en Triana, sino en la calle Feria, que está al otro lado del río.
Hace ahora setenta años, en 1944, estaba estudiando el segundo curso de bachillerato en el Colegio de Villasís, vivía con mi abuela materna en el Porvenir, ya que mis padres y mis hermanos vivían en el pueblo. Yo pasaba en el pueblo solo las vacaciones y mi abuela también pasaba en él, todo el verano. Mi padre venía a Sevilla con relativa frecuencia, solo por un día o por algo más, en cuyo caso se traía a mi madre. En una de esas ocasiones me dijo que tenía que ver a unos amigo en Los Corales, y que como tenía el coche en la Plaza Nueva, me pasara por allí cuando saliera del Colegio para ir juntos a comer, Así lo hice y me fui a Los Corales, entrando por la puerta de la calle, creo que era Almirante Ramón Bonifaz, entre la calle Sierpes y la de Los Manteros. Entrando a la izquierda había una reunión de amigos entre los que vi a mi padre. Ya conocía a dos de ellos, los Doctores Rafael Lancha y Joaquín Mozo, que tenían casa en el pueblo.
Me presentaron a un señor con sombrero de ala ancha, tez morena y mentón prominente como un emperador romano, que me tendió la mano con la pregunta de "Niño, como te llamas" Al saber mi nombre, comentó: "Pues ya sois cuatro Rafaeles. Este señor a mi lado también es Rafael y le llaman El Gallo". Así conocí de un golpe a los dos toreros más famosos en los ruedos de antes de la Guerra y en las noticias de los periódico después.
Los dos mencionado toreros junto con José, el hermano de Rafael, conocido como Joselito El Gallo, cubrieron la época más grande del toreo, conocido como moderno, o de la Época de Oro de la década de 1910, cada uno con su estilo propio, pero Joselito acabó inesperadamente en Talavera de la Reina en 1920, su vida sesgada trágicamente por la finas astas del toro "Bailaor". Juan y Rafael continuaron toreando hasta retirarse definitivamente los dos en el año 1936.
Por aquello años cuarenta del pasado siglo y dada la precaria situación de Rafael el Gallo, Belmonte organizó un Festival en su beneficio, en el que el mismo actuó como rejoneador. Asistí con mi padre y recuerdo que fue un gran éxito y produjo un buen beneficio, tanto económico como en puros, que los asistente dejaban en cestos colocados en las entradas a la Plaza. Contaban que un grupo de amigos, dada la pésima administración económica de El Gallo, estaban barajando las posibilidades de entregarle al diestro la recaudación completa o administrársela con entregas mensuales, semanales o diarias. Belmonte que le conocía demasiado bien, sentenció con su habitual sensatez: "Mejor, diaria. Pero la mitad por la mañana y la otra mitad por la tarde".
Ya había conocido anteriormente al más famoso banderillero de Belmonte. Joaquín Miranda, ex novillero, de Triana, falangista destacado, nombrado en 1938 Gobernador de Huelva. Vino a Higuera en varia ocasiones y como en aquellos años no existían los buenos restaurantes de ahora, comía en casa del alcalde, que ya saben que era mi padre. Preguntado Belmonte que cómo era posible que un banderillero hubiera llegado a Gobernador, la respuesta fue: "Degenerando, degenerando". Mi padre decía que había sido un buen Gobernador, pero que no le había hecho caso cuando le pidió que le relevara del cargo de Alcalde. La familia sabemos que siguió haciendo la misma petición a todos los Gobernadores que vinieron después, siempre con el mismo resultado, hasta que fue su muerte la que le relevó del cargo en 1963.
En los años cincuenta, apareció en Higuera el hermano menor de Belmonte, Rafael. Había sufrido una operación de pulmón y, como costumbre de la época, se vino a reponer a la Sierra. El aire puro, la tranquilidad y el jamón serrano eran los mejores reconstituyentes conocidos. Lo del jamón de Jabugo acompañado del vino de Jerez, le llamaban la "Vitamina 3J", atribuido al Doctor Marañón, y confirmado por su hija Mabel, a quién conocí en Londres.
Rafael pasó una gran temporada en la Fonda que Enrique Sierra tenía junto al Bar Carmona. Era una persona simpática que se adaptó a nuestras costumbres y se hizo amigo de todo el pueblo. Lo mismo se reunía con mis padres, que con nosotros los más jóvenes y con todos los que estuvieran dispuestos a escuchar sus amenas historias, anécdotas o chistes. La última vez que le vi fue el 8 de Abril de 1962. Venía yo de Sevilla y como era costumbre paré en la Venta de la Plata, donde, según la hora, se tomaba el café o la copa. Acababa de oír en la radio del coche (los seiscientos ya tenían radio), la trágica muerte de Juan Belmonte, encontrado aquella mañana en el despacho de su finca en Utrera, muerto por una bala de su pistola. En la Venta, a punto de marcharse estaba Rafael con unos amigos. Por la alegría de verme, el abrazo cordial y la simpatía de siempre, me di cuenta de que no sabía nada de la trágica muerte de su hermano. No tuve valor de decírselo. Disimulé lo que pude y dejé que se marchara sin saberlo. No quise amargarle el viaje de vuelta hasta Sevilla.
No se extrañe de que cuente estas cosas, que forman parte de mi memoria histórica personal. De la situación política es mejor no hablar. El tiempo pone las cosas en su sitio, para bien o para mal. Esperemos que sea para bien.
Hace ahora setenta años, en 1944, estaba estudiando el segundo curso de bachillerato en el Colegio de Villasís, vivía con mi abuela materna en el Porvenir, ya que mis padres y mis hermanos vivían en el pueblo. Yo pasaba en el pueblo solo las vacaciones y mi abuela también pasaba en él, todo el verano. Mi padre venía a Sevilla con relativa frecuencia, solo por un día o por algo más, en cuyo caso se traía a mi madre. En una de esas ocasiones me dijo que tenía que ver a unos amigo en Los Corales, y que como tenía el coche en la Plaza Nueva, me pasara por allí cuando saliera del Colegio para ir juntos a comer, Así lo hice y me fui a Los Corales, entrando por la puerta de la calle, creo que era Almirante Ramón Bonifaz, entre la calle Sierpes y la de Los Manteros. Entrando a la izquierda había una reunión de amigos entre los que vi a mi padre. Ya conocía a dos de ellos, los Doctores Rafael Lancha y Joaquín Mozo, que tenían casa en el pueblo.
Me presentaron a un señor con sombrero de ala ancha, tez morena y mentón prominente como un emperador romano, que me tendió la mano con la pregunta de "Niño, como te llamas" Al saber mi nombre, comentó: "Pues ya sois cuatro Rafaeles. Este señor a mi lado también es Rafael y le llaman El Gallo". Así conocí de un golpe a los dos toreros más famosos en los ruedos de antes de la Guerra y en las noticias de los periódico después.
Los dos mencionado toreros junto con José, el hermano de Rafael, conocido como Joselito El Gallo, cubrieron la época más grande del toreo, conocido como moderno, o de la Época de Oro de la década de 1910, cada uno con su estilo propio, pero Joselito acabó inesperadamente en Talavera de la Reina en 1920, su vida sesgada trágicamente por la finas astas del toro "Bailaor". Juan y Rafael continuaron toreando hasta retirarse definitivamente los dos en el año 1936.
Por aquello años cuarenta del pasado siglo y dada la precaria situación de Rafael el Gallo, Belmonte organizó un Festival en su beneficio, en el que el mismo actuó como rejoneador. Asistí con mi padre y recuerdo que fue un gran éxito y produjo un buen beneficio, tanto económico como en puros, que los asistente dejaban en cestos colocados en las entradas a la Plaza. Contaban que un grupo de amigos, dada la pésima administración económica de El Gallo, estaban barajando las posibilidades de entregarle al diestro la recaudación completa o administrársela con entregas mensuales, semanales o diarias. Belmonte que le conocía demasiado bien, sentenció con su habitual sensatez: "Mejor, diaria. Pero la mitad por la mañana y la otra mitad por la tarde".
Ya había conocido anteriormente al más famoso banderillero de Belmonte. Joaquín Miranda, ex novillero, de Triana, falangista destacado, nombrado en 1938 Gobernador de Huelva. Vino a Higuera en varia ocasiones y como en aquellos años no existían los buenos restaurantes de ahora, comía en casa del alcalde, que ya saben que era mi padre. Preguntado Belmonte que cómo era posible que un banderillero hubiera llegado a Gobernador, la respuesta fue: "Degenerando, degenerando". Mi padre decía que había sido un buen Gobernador, pero que no le había hecho caso cuando le pidió que le relevara del cargo de Alcalde. La familia sabemos que siguió haciendo la misma petición a todos los Gobernadores que vinieron después, siempre con el mismo resultado, hasta que fue su muerte la que le relevó del cargo en 1963.
En los años cincuenta, apareció en Higuera el hermano menor de Belmonte, Rafael. Había sufrido una operación de pulmón y, como costumbre de la época, se vino a reponer a la Sierra. El aire puro, la tranquilidad y el jamón serrano eran los mejores reconstituyentes conocidos. Lo del jamón de Jabugo acompañado del vino de Jerez, le llamaban la "Vitamina 3J", atribuido al Doctor Marañón, y confirmado por su hija Mabel, a quién conocí en Londres.
Rafael pasó una gran temporada en la Fonda que Enrique Sierra tenía junto al Bar Carmona. Era una persona simpática que se adaptó a nuestras costumbres y se hizo amigo de todo el pueblo. Lo mismo se reunía con mis padres, que con nosotros los más jóvenes y con todos los que estuvieran dispuestos a escuchar sus amenas historias, anécdotas o chistes. La última vez que le vi fue el 8 de Abril de 1962. Venía yo de Sevilla y como era costumbre paré en la Venta de la Plata, donde, según la hora, se tomaba el café o la copa. Acababa de oír en la radio del coche (los seiscientos ya tenían radio), la trágica muerte de Juan Belmonte, encontrado aquella mañana en el despacho de su finca en Utrera, muerto por una bala de su pistola. En la Venta, a punto de marcharse estaba Rafael con unos amigos. Por la alegría de verme, el abrazo cordial y la simpatía de siempre, me di cuenta de que no sabía nada de la trágica muerte de su hermano. No tuve valor de decírselo. Disimulé lo que pude y dejé que se marchara sin saberlo. No quise amargarle el viaje de vuelta hasta Sevilla.
No se extrañe de que cuente estas cosas, que forman parte de mi memoria histórica personal. De la situación política es mejor no hablar. El tiempo pone las cosas en su sitio, para bien o para mal. Esperemos que sea para bien.
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