miércoles, 15 de agosto de 2018

MI MEMORIA HISTÓRICA

Hoy hace ochenta y dos años, que las tropas nacionales, ahora llamadas "golpistas", al mando del Capitán Barrau, tomaron mi pueblo después de una enconada resistencia de más de una hora, salvando a mi padre y a los demás que han visto en la foto, de morir quemados dentro de la Ermita de San Antonio. Los habían condenado a muerte por el grave crimen de ser de derechas, católicos, empresarios, comerciantes, propietarios o pudientes. 
Ya el 22 de julio había sido asesinado Antonio Sánchez Hiraldo, concejal de derechas y propietario y el 10 de agosto asaltado el Cuartel de la Guardia Civil. Recuerdo el asalto al Cuartel porque desde mi casa se oían los disparos y explosiones, que nos dijeron que era una tormenta de verano. La "tormenta" mató a un Capitán, un cabo y cuatro números, que cayeron defendiendo el Cuartel. El hecho se recordó en un azulejo que durante la Transición y por motivos  políticos, se quitó de su sitio y se puso en el patio interior. De allí desapareció y nunca más se supo. Pero queda una foto.
PUBLICADA  EN EL BOLETÍN DEL P.P. AGOSTO 2001
Recuerdo la muerte de mi abuela paterna el día 4 de agosto y cómo  a mi padre y mi tío Francisco les permitieron salir de la prisión y pasar a dar el último adiós a su madre, mientras dos milicianos armados guardaban en la entrada de la casa para que no se escaparan. Como Don Inocencio, el Párroco, también estaba prisionero, el entierro se celebró sin asistencia religiosa y en vez de ser precedido de la Manga tradicional, estuvo acompañado por la bandera republicana. Genoveva, en una de las veces que tuve ocasión de charlar con ella en la Residencia de Mayores, antes de su fallecimiento a los 99 años, también recordaba la bandera en el entierro.
Los recuerdos más impactantes de este día, fue el ver a mi padre llegar a casa sano y salvo, pero con la camisa manchada de sangre. Recuerdo que me asusté hasta que me convenció que la sangre no era suya. Algún tiempo más tarde supe que cuando su buen amigo Antonio Ramirez y el vieron la llegada de las ropas, intentaron salir de la ermita mientras los milicianos disparaban desde el campanario. Los soldados, creyendo que eran milicianos que intentaban escapar, les dispararon con la mala suerte de alcanzar mortalmente a Antonio y no a mi padre, que se tiró al suelo. Antonio murió en los brazos de mi padre sin que se pudiera hacer nada por él.
Recuerdo mucha gente en la casa, militares y paisanos en el comedor, mientras mi hermana y yo acompañados de la chacha Ángeles nos divertíamos viendo a las tropas moras, con sus chilabas y turbantes, sentados en las aceras de la calle comiendo y descansando, desde la ventana de la casa que ven abajo primera a la derecha. Esa casa que es ahora Hogar del Pensionista y aloja la Asociación de Mujeres y la Escuela de Adultos.
Después vino todo lo demás, la guerra, la posguerra, las represalias, las cárceles, el boicot internacional, las amnistías de prisioneros, el reconocimiento del Gobierno por los de muchos países, las ayudas internacionales, la recuperación económica, el milagro industrial, la seguridad social, las escuelas, los hospitales y todo lo que hemos conseguido hasta llegar al sistema democrático en el que algunos tratan de negar la verdad, reinventando la Historia. Pero lo vivido por un niño de cuatro años se grava en su memoria y no se olvida. Lo recuerdo, sin acritud, para evitar que pueda repetirse.
TAMBIÉN ESTE AZULEJO HA ESTADO A PUNTO DE DESAPARECER