Todavía quedan motivos para seguir hablando de Gibraltar. No las noticias que oímos, leemos o vemos en todos los debates, periódicos o canales de televisión, sino algunos detalles de mi propia experiencia sobre el asunto.
El General De Gaulle que pasó algún tiempo en Inglaterra, durante la ocupación alemana de Francia, suficiente para conocer muy bien a los ingleses, dijo años más tarde, en los comienzos de la Comunidad Económica Europea, que: "Los ingleses entrarían en el Mercado Común, cuando dejaran de pensar que siguen mandando en el Mundo". Supongo que lo diría en francés y cabe especificar que una cosa son los ingleses y otra bastante distinta los británicos, que también comprende a los galeses, escoceses e irlandeses del norte, que, como los toreros, están hechos de otra pasta. Los australianos dicen: "The inglish consedered themselves a self made race, thus reliving the Almaity of terrible responsability".
¿Qué son los gibraltareños? Una mezcla de británicos (ingleses puros no creo que queden muchos), españoles, italianos, judíos y moros que conocemos con el sarcástico nombre de "llanitos" a unos que viven en una roca. Será por eso que le han ganado terreno a nuestras aguas y quieren ganarle más, para vivir en lo llano. Una raza tan compleja y variada de la que el Altísimo, como de los ingleses, no es responsable.
El primer llanito que conocí en Londres era subdirector del Banco Exterior de España. Tenía su razón de ser, hablaba español e inglés y lo que era más importante, no necesitaba permiso para trabajar en Inglaterra. No había entonces muchos profesionales españoles que hablaran inglés y los españoles teníamos problemas para los permisos de trabajo. Fuimos muy amigos a pesar de que en aquellos años Franco cerró la frontera. Claro que hablábamos de dinero y nada más y nunca de política.
El segundo se presentó un día en la oficina a comprar fruta para llevarla a la colonia y siendo una compañía registrada en el Reino Unido, no solamente no se podía negar, sino que ofrecía buenas perspectivas de negocio, ya que tampoco había un boicot para matar de hambre a los llanitos. Fuimos bastante amigos, y disfrutamos de unas buenas relaciones comerciales hasta que volví a España.
El tercero, era amigo del segundo y coincidimos un día en el restaurante del Club Español, que también ellos frecuentaban. Tuvimos varios encuentros y nos entendíamos bien, dirigía una Agencia de Viajes a Gibraltar en lla época en que los aviones tenían problemas con el espacio aéreo español que luego se solucionó con la apertura de la Verja aumentando el tráfico de pasajeros que volaban a Gibraltar, por menos dinero, para pasar luego a veranear en la Costa del Sol. Favor de Felipe González sin contrapartida del lado de los llanitos.
El cuarto era un chico joven, hijo de un militar jubilado, que había servido muchos años en el Peñón y una vez jubilado prefirió seguir allí a lo que estaba acostumbrado por la diferencia climática y la cercanía a las costas españolas. Yo pienso, porque es también mi caso, que con una pensión británica, se vive mejor en España y mucho mejor en Gibraltar. El hijo estudiaba en Londres.
Los cuatro sabían muy bien la problemática del Peñón y comprendían el sentimiento de los españoles por aquella Roca que era parte de nuestro territorio. Esperaban simplemente ganar tiempo porque aquella situación les convenía, a sabienda de que no podría durar toda la vida y se acabaría un día, más lejano que cercano.
Pero el señor Fabián Picardo (quítele la "d" y póngale un acento y una "n "al final para ver lo que le sale) se ha engrandecido con su victoria electoral y como buen socialista, estilo Felipe, Zapatero, Chaves y Griñán y algunos más, como Más, se ha creído el rey del mambo. Vamos, que quiere se independiente del Reino Unido y de España. Como si eso fuera posible. A pesar de ser abogado con el respaldo de la Universidad de Oxford, no debe saber que hay un Tratado vigente que no contempla esa posibilidad. El Gobierno Español ha hecho muy bien en pedir inspectores de la U.E. que analicen la situación. Hasta entonces, como en el caso Bárcena y el de los EREs, hay que dejar que la Justicia hable. España y Reino Unido deben de llegar a un acuerdo antes de llevar la cuestión al Tribunal de La Haya, donde los grandes perdedores pueden ser precisamente los llanitos.