España, que dio motivos para una masiva emigración a los países más desarrollados de Europa en los años 50 y 60, se ha convertido en el primer receptor de inmigrantes de otros países, sobre todo de África, Sur América y países del este de Europa. La mayoría de estos últimos son ciudadanos comunitarios, pero los demás no lo son y el Gobierno se lo ha puesto tan fácil, que cada vez son más y mayor el número de víctimas, en afán de cruzar el mar y todavía mayor el número de ilegales que entran y permanecen en nuestro país con la tragedia de no encontrar trabajo, y si lo encuentran es en precarias condiciones, lo que conduce a la pobreza, la prostitución y el crimen más o menos organizado.
¿Soluciones? Las hay, pero es el Gobierno el que tiene la obligación de promulgar una Ley de Inmigración, que evite la doble tragedia de la víctimas que no llegan y de los ilegales que llegan.
Yo he sido emigrante y conozco bastante del tema que he vivido durante treinta y cuatro años.
Pero no puede quejarme porque tuve mucha suerte desde la llegada al Reino Unido en Octubre de 1962. La entrada de posibles inmigrantes estaba muy restringida porque el Reino Unido ya tenía a los de países de la Comumwell y se estaba llenando el país de indios y paquistaníes. Como consecuencia, a todo el que no tuviera papeles en regla, es decir permiso de trabajo concedido por el Home Office o Ministerio del Interior, automáticamente le negaban la entrada y tenían que volver por donde habían venido.
Yo llegué en Iberia, vestido con traje y corbata y portando un maletín y una maleta que no iba amarrada con cuerdas; no tenía permiso de trabajo, pero llevaba mi pasaporte emitido un par años antes y en el que aparecían varios visados de entrada y salida de Francia, Portugal y Marruecos y además decía que mi profesión era industrial. Dije, me defendía lo suficiente en inglés, que iba en viaje de negocios y no sabía cuanto tiempo estaría y al agente de inmigración le pareció todo correcto y me puso un sello de entrada con una validez de tres meses de estancia.
Me instalé aquella noche en el Hotel Strand, a dos pasos de Trasfalgar Square y tres de Picadilly Circus, y al día siguiente empecé a buscar a los amigos y amigas que conocía. Pepita Seijo, mi prima Encarna Jimenez, Gabriel un amigo de Sevilla y Lady Kell con la que mi hermana había estado los dos años anteriores como compañía. Enseguida me ayudaron a encontrar un "bed siting" en Fulland Road y desde allí empecé a buscar trabajo. Los dos primeros por muy poco tiempo porque me hacían trabajar de sol a sol, aunque en Londres casi siempre estaba nublado, con muy mala acomodación y muy poco dinero.
Un mes más tarde y gracias a Gabriel, me dieron un puesto en la cocina del restaurante donde él trabajaba fregando platos, un edificio del siglo XV en Coockham en el condado de Berkshire con el bonito nombre de Bel and the Dragon. El director, un italiano muy agradable del que guardo un gratísimo recuerdo, se encargó de pedirme los correspondientes permisos que me fueron concedidos para hostelería y así empezó una vida en el Reino Unido, muy larga de contar, pero que me hizo tomarle cariño al país, no tanto como a España, pero lo suficiente para que siempre lo recuerde. A los cuatro años el Home Office me concedió el permiso de residencia, lo que quería decir que podía trabajar sin más permiso, y prácticamente vivir como un británico, excepto que no tenía derecho a voto ni a formar parte de un jurado. Gracias a ello nunca me sentí responsable de ningún gobierno ni de una condena a un inocente. Ya me había casado con una galesa de pelo negro y muy guapa, mujer extraordinaria que me ha hecho muy feliz durante 45 años y espero que sea por algunos más. Teníamos un hijo y esperábamos otro y comencé otra vida con otro trabajo mejor en una compañía española de importación de fruta. Con frutas estuve hasta mi jubilación.
Mi hermano Paco no tuvo la misma suerte en su primer intento. Llegó en barco con nuestra prima Encarna que tenía permiso de residencia, los separaron y el oficial de inmigración se figuró que iba a intentar buscar un trabajo y le negó la entrada. Se tuvo que que volver a Sevilla con el dinero justo y, como siempre recuerda con nostalgia, comiendo a base de bocadillos de mortadela. Entonces empezamos a arreglar papeles, el director de un hotel donde yo había trabajado se encargó de todo y unos meses más tarde, mi hermano pudo volver al Reino Unido, con todos en regla, para permanecer allá hasta su jubilación el pasado mes de agosto.
Yo creo que la emigración puede ser una cosa positiva y necesaria, tanto para el país de origen como para el de recepción. Pero creo que debe estar estrictamente regulada para evitar las tragedia de las pateras, de las mafias y de los indeseables.
Ya es hora de que el Gobierno tome medidas, cuanto antes mejor, promulgando una ley estricta y justa de acuerdo con las normativa europeas y sin echarle la culpa del caos existente al Partido Popular. Hoy he oído en la radio de alguien, no llegué a oír el nombre, había asegurado que el problema del atunero Alakrana era culpa del Partido Popular. ¿También de que el Madrid perdiera con el Móstoles?